abril 24, 2011

Vida

Sin duda alguna, era un pez precioso, de un color naranja difícil de conseguir en este mundo de humanos. Agitaba sus delicadas aletas con el fin de impulsar su cuerpecito hacia la superficie, pareciera que quisiera respirar aire. Cuando intentaba dormir, podía oírlo perfectamente, oía sus bocanadas de agua, como si los trocitos de alimento siguieran flotando ahí, imperecederos, y él los buscara insistentemente.

No tenía nombre. Era un precioso pez sin nombre que soñaba con volar, con agitar sus aletas con tanta fuerza, que pudiera liberarse de su prisión acuática indefinidamente. Un pez precioso que soñaba con ser luz, que reflejaba los rayos del sol incluso en los días más londinenses, con tanto vigor, que cuando estaba entretenida haciendo cualquier otra cosa distinta de contemplarlo, no podía evitar dedicarle una mirada de curiosidad al confundirlo con una pequeña bombilla naranja.

Y sigue coleteando; quizás sea por la música.

No hay comentarios:

Publicar un comentario