mayo 17, 2011


Abro los ojos y la cabeza me da un vuelco; todas las botellitas de Jack Daniel's se agolpan en mi boca de una sola vez. El agua está templada, la parte de mi cuerpo más allá de la superficie está helada; mis dedos, suspendidos en comunión con mis pecados, culpando al cielo de todos y cada uno de ellos. Miro allá, allá donde las gotitas de sangre se reúnen cual collage, donde las botellitas esparcidas y las colillas conversan sobre las travesuras de la noche pasada.

Muevo mi pierna izquierda para descubrir un salteado de moretones... y le recuerdo.

Ordeno a mi cuerpo que continúe la cruzada hacia el exterior de la bañera; curiosamente, no quiere obedecerme. Estrangulo los bordes con mis dedos blanquecinos, arrugados; dejo en suspensión mi pierna izquierda, le cedo el cetro a la derecha, y, sin saber muy bien cómo, consigo levantarme.

Camino perdida por el suelo del baño tratando de no pisar nada de lo que después pudiera arrepentirme.

Y grito. Grito con fuerza, estrujando mis cuerdas vocales, arañando mi garganta hasta notar el ardor de mis súplicas en mi propia carne.

No hay espejo, no hay reflejos para mí hoy.

Desnuda y sin dios, me dirijo al salón. No hay nadie. No hay absolutamente nadie en toda la casa. Nadie que ahogue el eco de mi llamada. Abro la persiana dejando que entre el foco de luz matinal, y me tumbo en el suelo, que, curiosamente, tiene una temperatura más alta que la mía.

Curioso, casi parezco un árbol; un árbol de vidamuerte.

Nos mentimos tanto. Fuimos tan insinceros...
Dejamos huir la ocasión de vivir un momento juntos, de sentarnos a la mesa del pecado con El Sombrerero Loco y la maldita Liebre Encocada. Yo querría té rojo, sin duda, con cierto sabor a canela, para ti... ¿qué tal té negro con cierto sabor a vodka? Yo podría vestir un trajecito de tul rosa, con un escote enorme para unas tetas pequeñas; para ti un traje celeste, con los pelos hacia arriba y cierto rubor en las mejillas. Beberíamos el té, yo bebería del tuyo para no olvidar el sabor del alcohol, y después bailaríamos algo lento, muy lento; o quizás fuese algo rápido, pero nosotros lo bailaríamos lentamente.
Podríamos ser vampiros, podría desgarrarte la piel a jirones, y tú podrías beber mi sangre. Podríamos correr por el bosque, persiguiéndonos mutuamente, sintiendo el latir de los árboles que, extasiados por nuestra divina presencia, rozarían la línea del infarto. Podríamos quemar pueblos enteros, ser los mismísimos dioses de la guerra, yo tu reina, tú mi rey; no quedaría nada en pie a nuestro paso.

Dejamos todo eso atrás. Tú por no quererme, yo por quererte demasiado. Tú por preferir a mil y una, yo por ser fiel a mi dueño.

Inmóvil en el suelo vuelvo a gritar. Nadie me responde. Todos os habéis ido. Me habéis dejado totalmente sola a merced de la desesperación, con su fantasma rondándome.
Son tiempos de cambio. No podemos pasarlos solos. Nos necesitamos.

Lo sabes, amor mío. Yo te necesito tanto como tú me necesitas a mí. Las enfermedades se necesitan para poder destruir la raza humana y volver a comenzar aquel mundo que tanto ansiamos.
La destrucción busca destrucción, por eso te encontré, por eso me encontraste.

Sólo atrévete a amarme.

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