febrero 15, 2012

Querida Victoria:


Te escribo esta carta porque, quizás, con tantas divagaciones que estás teniendo últimamente, me hayas olvidado.
No sé si te habrás llegado a dar cuenta, pero últimamente estoy fatal, estoy hastiada, agotada, derrumbada; estoy por los suelos. Por supuesto que hay días en los que me encuentro un poquito mejor, pero no es más que esos días en los que dejas un poco de lado tus divagaciones para refugiarte en mí; en esos momentos siento una calidez que me reconforta y que me ayuda a estar un poco más tranquila, o ignorante. Cuando peor estoy es cuando dejo de existir para escucharte. Escucho tus continuas quejas a grito pelado, que tanto me hieren, que tan inferior me hacen sentir, tan desprotegida, tan sola. A veces incluso creo que vas a romper a gritos, como una loca, y que, de ocurrir tal cosa, la que saldría peor sería yo; porque, es cierto que tú no paras, que estás continuamente trabajando, pero todos esos actos tuyos acaban en mí, acaban dejando huellas en mí, y, con el tiempo, tanta piedra acumulada se va convirtiendo en una carga enorme que me veo incapaz de soportar.

Cuando consigues callarte un poco, sonrío con dulzura y respiro tranquila. Sé que hay muchos problemas, lo sé al igual que tú también lo sabes, pero en ese momento descansamos un poco de tanta lucha, cosa que viene bien para tomar impulso y continuar luchando.

Tú sabes perfectamente qué es lo que más nos duele. Sé que lo repites constantemente, y cada vez que lo haces, peor sienta, peor me sienta. Lo que quiero que comprendas es, que necesito que dejes de repetirlo, porque, sinceramente, no sé cuánto voy a poder aguantar. Hay momentos en los que creo explotar, creo que puedo explotar en mil pedacitos; tengo miedo de llegar a eso, no sé qué puede haber más allá de eso, quién sabe si me vuelvo a mi agujero. Y sé perfectamente que no soportas que me encierre allí, sé que no puedes seguir luchando sin mí.

Hermana mía, me rompo en mil trocitos cuando me siento tan lejana de él. Es más, lo que realmente me hace llorar es pensar que él no me conoce, que ni siquiera sabe que existo, que jamás se ha parado a acariciarme, a sentir la vida que hay en mí, el torrente de sentimientos que soy y que inunda el ser que habitamos. Creo que él no sabe cómo llegar a mí, cuando es tan sencillo como cerrar los ojos y detener la mente, sentir. No entiendo que haya cosas con las que sí pueda hacer eso, y cosas con las que no.
Me inunda una tristeza enorme cuando pienso que yo tampoco le conozco, porque él no sabe lo que es el acercamiento. Me apena pensar que algún día tenga que irse por no saber de estos temas.

Yo le grito, hermana. Le grito tan fuerte que me quedo sin voz. Me lleno entera de aire y le grito que le necesito junto a mí, que necesito que esté en nuestro hogar, que no se vaya él, y que no me deje ir a mí; le grito que me siento sola, perdida, que siento como si todo el mundo estuviera en mi contra, incluso él; le grito, e incluso te oigo a ti decirle cosas: te he oído decirle que cuando dos corazones se aman, no hay nada que pueda ponerse entre ambos, ni siquiera el mundo. Recuerdo cuando le dijiste que, si decidieses exterminar la sociedad, él debería estar junto a ti, aunque no estuviese de acuerdo contigo. ¡Vaya un ejemplo! Quizás por eso no te entendió. O quizás no nos entiende porque no hablamos el mismo idioma.

Creo que a ti sí te entiende, pero a mí no, y creo que es así porque él no habla mi idioma, él no habla el idioma del corazón, que poco tiene que ver con las palabras y el raciocinio.

Querida Victoria, no me olvides. Recuerda cuánto estoy sufriendo con esta situación. Estoy intentando ser fuerte, por ti, pero... no sé hasta cuándo voy a aguantar. Si, cuando quieras encontrarme, no lo consigues, recuerda que estaré en el fondo de todo esto, en ese agujero de paredes lisas donde sólo existe el gris.

No me olvides. Sé fuerte.

Tu hermana que te quiere,
Vicky.

No hay comentarios:

Publicar un comentario