octubre 04, 2009

Michelle decide morir

Michelle decide morir.



Y se sienta en una silla, con los brazos caídos a cada lado, con los ojos entrecerrados al sol de la tarde, con los labios pegados, relajados, agrietados, como de costumbre.

Decide morir, decide dejarse vencer.
Lo decide, lo ha decidido.
Se dejará caer.


Decide morir, se siente débil, derrotada. Se siente incluso peor que antes, con la imagen de una escalera grabada a fuego en su mente, cuyos escalones parecen ser más abundantes en número conforme "avanza".

O quizás retroceda, ¿quién sabe?



Michelle Rose decide morir, el sol del crepúsculo porta más vida que ella.
Sentada en su silla, con todo el cuerpo lacio, mirando hacia la ventana, comprendiendo cuantísimo detesta todo lo que compone ese cuadro, carente de un mínimo de fuerza que la haga levantarse y cerrar las cortinas, encender la tele o leer un libro, escuchar su grupo favorito o terminar aquel dibujo a grafito.

Observa cómo, muy lentamente, el astro desciende por el cielo recogiendo su estela, tiñendo el cielo de aquel color rosado.

No le apetece ni respirar...


Porque Michelle ha decidido morir, y el sol es su cómplice, y una silla su tumba, y su habitación su paraíso.
Su cuerpo se derrite, cada gota de vida desciende por él hacia el suelo; su cuerpo se deshace.

Porque Michelle ha decidido morir, se siente cobarde, sabe que lo es, se siente derrotada, sabe que ha sido derrotada, pero... es incapaz de hallar ni una pizca del instinto de supervivencia que podría frenar su inexorable defunción.

Pero es así, Michelle, la chica de pelo cardado, ha decidido morir.

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