octubre 05, 2009

Sentir la naturaleza






Cierra los ojos y extiende sus brazos.

Toca la hierba, acaricia cada una de las delgadas ramitas verdosas con las yemas de sus dedos.
Y no abre los ojos, no quiere, se niega. El tacto es todo lo que precisa para admirar el mundo que la rodea.

Cierra los ojos y oye el gorjeo del río, que humedece la tierra cercana a la par que sus pies, que caminan descalzos hundiéndose levemente a cada paso.

Sonríe, al menos en aquel lugar su corazón está en paz.
Es su última esperanza.



Renuncia a pensar en cualquier persona, en cualquier corazón más allá de las lindes de su pequeño paraíso.
Renuncia a pronunciar cualquier palabra que pueda estropear la delicadeza del sonido emitido por natura, no quiere asustarla, ahuyentarla y perderla para siempre.


Piensa en mariposas que siente revolotear cerca de su cara, regalándole besos en las mejillas, en la frente y en los labios.
Piensa en música, y comienza la orquesta a interpretar su pieza.




No hay límites, no hay barreras, no existe nada que pueda atemorizarla, nada que pueda amedrentarla o hacerla llorar.
En aquel lugar, sus miedos no son bien recibidos, sus pensamientos dejan de ser la maleza que le impide ver el sol.


Es aquel lugar el único capaz de hacerle sentir lo que realmente es.




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