mayo 26, 2011

A todo el mundo

Decidí acabar con todo.
Las lágrimas ennegrecidas de maquillaje caían sobre el sofá, llevadas de la mano por cierta melodía estruendosa a la que ya me había acostumbrado. En la tele un hombre de tez pálida cantaba; su cara se distorsionaba en ocasiones, como si de un fantasma se tratara. Todas las luces estaban encendidas, exceptuando la de la habitación donde yo me hallaba. Estaba anocheciendo más allá de la ventana sin cristales.

De repente, oí su voz.

Si mi corazón aún estuviera vivo...


Me puse en pie de un salto y acudí a la ventana; habría jurado que su voz procedía de allí. Volví a oírlo, pero en aquella ocasión parecía haber sido obra de mi guitarra, la que yacía sin vida sobre la mesita del salón. Me acerqué a ella y toqué dos acordes menores.

-Valiente gilipollez...- me dije, apoyándome sobre el mástil, rasgueando las cuerdas sobre mi piel.

Y mis recuerdos se quedarán contigo...


Corrí hacia la ventana. Había oído su voz con tal fidelidad, que no dudé un instante en correr hacía allí y gritar su nombre; y ni siquiera los transeúntes alzaron sus cabecitas para llamarme la atención.
Pensé en él con fuerza, fingiendo creer que de hacerlo así, volvería a mi lado como solía hacer a diario, cuando inundaba mi espacio con notas de dulzura.
-No puedo hacer esto sola- murmuré.

Oí sonar el teléfono; o quizás creí haberlo oído sonar, no lo sé...
-¡Sí!- grité.
-Tú- era él, sin duda- Escucha esto.

Oí su sonido, aquel que sólo él sabía dar a luz. Identifiqué la púa de color azul que le regalé en uno de mis desvaríos alcohólicos acariciando las cuerdas de su vieja guitarra.
-Espera, necesito fumar- paró, oí cómo encendía el mechero, después continuó.
-Eh- no quería interrumpirlo, pero aquella melodía se me hizo insoportable de alguna extraña forma; no se detuvo.
-Habla.
-Voy a suicidarme- le dije sin más rodeos; alcancé un cigarro a punto de morir, lo encendí, saboreando sus labios a cada calada.
-Bien- se limitó a contestar con el cigarro aún en la boca; dio una calada, mas la música seguía ahí imperecedera.
-Me encantaría quedarme, pero... No puedo hacer esto sin ti...- rompí a llorar.
-Morir es fácil. No me necesitas para eso.

Alejé el teléfono de mi oído. Eché un vistazo a la habitación haciendo morir mi mirada en el piano de pared que hacía meses que no tocaba. Continuaba llorando mientras él tocaba aquella triste pero agresiva melodía.

-Sonríe cuando pienses en mí, por favor...- le supliqué con el teléfono de nuevo junto a mi oído.

Hubo un silencio eterno que rompió su voz sin premeditar.
-No te mueras- me dijo, y a continuación acompañó la melodía con su canturreo, aquel que empleaba cuando desconocía la letra de una canción.

Se me torció la boca, "hice pucheros". Me tumbé en el suelo, de cara al techo.
-Sin ti no hay magia- dijo, y siguió cantando.

Entonces lo acompañé con mi voz, temblorosa debido a las circunstancias. Mientras lo acompañaba me acerqué a la ventana, y lo vi en el alféizar de la suya, abrazando su guitarra acústica, fumándose aquel cigarrillo, mirando hacia mí sabedor de que ahí estaría yo. Seguí cantando, pero me detuve.
-Te regalo mi música. Atrápala cuando se vaya mi cuerpo. Es toda tuya. Siempre lo ha sido.

Éstas son las últimas palabras que diré. Y ellas me liberarán.

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